martes, 28 de febrero de 2012

Como aquel pequeño tobogán rojo..

Sabes, a lo mejor nunca te lo he dicho pero creo que llego el momento. Tu siempre decías que nuestra relación a veces era como un columpio y otras como una montaña rusa, pero creo que estabas equivocado, siempre fue un TOBOGÁN. ¿Recuerdas ese tobogán pequeño y rojo que hay en aquel parque al que siempre íbamos cuando las discusiones y la presión se hacía demasiada entre cuatro paredes?. Sí, ese en el que tantas veces me hiciste subir para deslizarme mientras tu esperabas abajo   para atraparme. Siempre me recuerdas a él, nuestra relación, me recuerda a ese tobogán. Como aquel tobogán todo empezó poco a poco, a base de esfuerzo, a base de luchar, avanzando peldaño a peldaño, con el único objetivo de llegar a la cima, de llegar a estar juntos. Sin pararnos, sin tener miedo al viento que nos intentaba hacer caer y a el equilibrio que más de una vez nos fallaba, a toda aquella gente que dijo que no lo lograríamos, a nosotros mismos que dudamos de que nuestra fuerza fuera suficiente. Hasta que lo conseguimos. Estábamos arriba. Lo más duro había pasado, y que bonito se veía todo desde allí, desde esa altura todo parecía más pequeño, más insignificante, como cuando somos pequeños, que al subir nos creíamos gigantes, nos creímos más grande de lo que de verdad eramos, y con esa sensación decidimos arriesgar, dar el empujonsito y deslizarnos por la curva de aquel pequeño tobogán rojo. Se nos hizo demasiado corto. Creíamos que sería para siempre, que esa sensación cuando desciendes, con tus caderas rozando con el filo del tobogán, sería eterna. Hasta que miras abajo y te das cuenta que el suelo se acerca poco a poco, y esperaba que como tantas veces estuviese tú hay para sujetarme. Pero resulta que no, que nuestro chaleco salvavidas se había perdido. Estaba, estábamos solos ante el final. El suelo cada vez más cerca, pero nos negábamos a reconocer que llegaba el final, intentábamos alargar la sensación de euforia lo máximo posible, negando el claro hecho de que cuando llegáramos al final, el golpe dolería, y.. dolió. Miramos alrededor esperando a que alguien nos tendiera una mano para levantarnos, sacudirnos el polvo y decidir si valía la pena volver a subir. Pero no apareció nadie. Nos quedamos allí. Hasta que yo decidí que tenia la fuerza suficiente como para levantarme sola. Me enjugué las lagrimas, me sacudí el polvo, e intente ignorar el dolor que recorría todo mi cuerpo. Había sucedido tan rápido, había sido maravilloso, pero se había terminado. Había dolido. Y a diferencia de cuando era pequeña, no quería repetir. No quería volver a hacer el esfuerzo de subir cada peldaño, por mucho que la recompensa fuera maravillosa, más bien me di cuenta, de que el golpe había sido demasiado fuerte, y que necesitaba que fuese otra persona la que me esperase al otro lado del tobogán con los brazos abiertos para sujetarme.

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